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QUE NO NOS ROBEN TAMBIÉN LA ILUSIÓN DE VOLVER!

«Este artículo fue escrito tras el asesinato del candidato Fernando Villavicencio, el pasado agosto de 2023».

Por Maggie Cruz

A pocas semanas de volver a Ecuador me invade la emoción de sentirme arropada por el calor familiar pero a la vez es inevitable pensar en todo lo que se oye sobre la delincuencia que asola al país. Ya en tierra lo veo porque lo primero que me asaltan son todas las recomendaciones de no debes caminar por este u otro lugar, no hasta cierta hora, no salgas con cosas de valor, mira para todos lados… y esto se convierte en la guía de bolsillo de cualquier paisano que regresa a su patria.

Pero cómo no volver a deleitarse de todo lo que viene condimentado con los sabores tradicionales de esta tierra, como un buen encebollado que sabe mejor después de una buena farra, de esa fritada que nos lleva a la capital y a su sempiterno invierno o de ese ceviche con sabor a mar y su Pilsener bien fría. La alegría de verse en la playa aunque sea enero o en cualquier fecha del año porque en Ecuador no rige el tiempo sino el espacio ya que pasar del frío al calor solo es cuestión de unas cuantas horas de carretera. La ilusión de ver a esos panas que aún conservas, a los vecinos que son parte de los recuerdos de ese barrio, de esas tiendas que ya no existen, de esos campos que hacían de canchas de fútbol o vóley y que ahora están re-llenos de casas pequeñas, grandes y gigantes.

Volver al país es volver a tu pasado, es caminar otra vez por ese desarrollo que se resiste, verse nuevamente envuelto en los males propios de ese desorden urbano, del caos en las calles, ver perros callejeros, mejor dicho, abandonados a su suerte y en medio de una indiferencia que lastima. Incluso hasta la picaresca actitud de unos cuantos nos parece parte de esa composición fotográfica color sepia que retenemos en la retina. Lo que no es parte del paisaje de nuestros recuerdos es esta delincuencia en ebullición, este fenómeno que avanza a zancadas y tiene al país enfermo. Ahora incluso tenemos tipos de delincuencia: la común y la organizada. Los primeros serían los choros, esos magos que desaparecen con tus cosas sin hacerte pestañear o te amedrentan con un arma blanca o negra, ahora da igual. Los segundos tienen que ver con el narcotráfico, las mafias, las bandas criminales, aquellos que ‘trabajan’ a lo grande y cuentan en nómina con narcos, sicarios, funcionarios y todo tipo de personajes que pasan o dejan pasar para alimentar el negocio. Pero lo que no refieren distinciones son las víctimas mortales que van dejando a su paso: más de 4 mil asesinatos en lo que va de año según la Policía Nacional, superando los 4.600 en 2022 y los 2.464 en 2021.

Y no es que Ecuador haya sido un remanso de paz, pero hemos pasado de tener una baja actividad delictiva a estar entre los países más violentos de la región con cifras al alza. Hemos pasado de ser el resort de vacaciones de narcos extranjeros a convertirnos en su centro de control. Es verdad que Ecuador viene siendo desde hace décadas el puerto de salida al exterior de la droga producida en Colombia; que grandes mafias mexicanas operan aquí a bajo perfil desde hace años junto a otras organizaciones europeas; entonces ¿qué ha cambiado para que los niveles de violencia e inseguridad aumenten de tal manera? En los últimos años Ecuador ha dejado de ser solo la ruta -el país de tránsito- para convertirse en el lugar de almacenaje, proceso y distribución de la droga, y los grandes cárteles extranjeros necesitan mano de obra y servicios de seguridad que los consiguen a través de las bandas criminales nacionales. Hasta la Pandemia su pago mayormente era con dinero, pero tras meses de paralización, según varios analistas, éste se sustituiría con mercancía y esa cocaína debía salir a la venta a cambio de dinero dentro del mercado local obviamente. Esto provocaría la potenciación del fenómeno del microtráfico que si existía era aún exiguo en un país -hasta hace poco- de bajo consumo; la lucha por el control de las plazas, y además sería el detonante que reventaría esas silenciosas décadas de tráfico de estupefacientes desde Ecuador al mercado exterior principalmente a Estados Unidos y Europa.

La mayor consecuencia sin duda es la violencia desatada por la lucha y dominio territorial de estas bandas narco delictivas sobre todo en zonas que concentran las principales rutas como son las provincias costeras. En Guayas, la Zona 8 conformada por Guayaquil, Durán y Zamborondón es una de las zonas más críticas, de hecho, Guayaquil “la ciudad de las rejas” encabeza la lista de muertes violentas al ser el mayor puerto marítimo del país por tanto el principal puerto de salida de la droga, esa droga que entra por Esmeraldas y que mantiene a la provincia a la cabeza de la tasa de homicidios, cerrando en 2022 con 77 personas por cada cien mil habitantes, superior a los 46.6 muertes de Guayaquil según datos de la Policía Nacional. Asimismo, esa descarnada lucha por el control del mercado se traslada a y desde las cárceles donde según el Servicio de Atención a Personas Privadas de Libertad (SNAI) ya se contabilizaría cerca de medio millar de víctimas en 13 masacres carcelarias desde febrero de 2021 hasta la última de julio de 2023.

Es cierto que ni todas las víctimas ni todos los asesinatos son solo por el narcotráfico (el ministro del Interior, Juan Zapata, relacionaba el 83% de las muertes violentas con el narcotráfico en 2022) pero este fenómeno sí ha generado una escalada de violencia en las calles sin precedentes donde el robar o matar es el pan de cada día y se da en medio de una atmósfera de impunidad que duele. De igual forma, aunque la Costa sea la más afectada, la peligrosidad se ha propagado como una onda expansiva por todo el país y el miedo a perder la vida por un celular, en un restaurante, en el transporte público (buses y taxis los más afectados) o ser secuestrado, extorsionado… deambulan por el aire y hay mucha prevención. Y mucha preocupación porque a pesar de que el país está cruzando una línea roja jamás antes vista parece que el Estado se declarase incompetente, esto sumado a los niveles de corrupción en el ámbito público y privado hacen que los esfuerzos de unos terminen con la permisividad de otros, ya que un negocio tan rentable como éste compra fácilmente voluntades y así se hace imposible frenar esta desangrante situación.

Un mes después salgo del país con el corazón lleno pero perturbado. Para los que estamos fuera regresar es una ilusión pero esta patología se está convirtiendo en algo determinante para no volver. Para los que están dentro, la situación se hace cada vez más insoportable y ahora más con los últimos asesinatos a políticos a manos del crimen organizado y aunque creo o quiero creer que el asesinato al candidato presidencial, Fernando Villavicencio, que ha dejado roto de dolor al país, se convierta en el punto de inflexión en la tolerancia e indiferencia estatal y popular. Que esa pena, esa rabia que nos dejó este crimen sea un motor de acción, porque aún sintiendo desafección y abandono, nuestro país no nos puede dar asco, porque como diría un familiar, qué culpa tiene el río Guayas, el majestuoso Cotopaxi o las únicas Galápagos…

Sobre Diana Isaza

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